YA SE PARECERÁ
Alejandro Cañestro
Pablo Ruiz Picasso (1881-1973),
importante por personificar uno de los grandes cambios de la pintura del siglo
XX, es el protagonista de hoy. Esta pregunta es obligada: ¿con qué estilo
artístico se identifica a este genio malagueño? La respuesta es clara y rápida:
el Cubismo, ese movimiento surgido en París en 1907, una ciudad cuyo nombre se
asociaba a la vanguardia, al arte y, lo que era más importante, al dinero. La
ciudad de Cezánne, de Toulouse Lautrec y de tantos y tantos artistas. Picasso
llega a París en 1900 y se ve seducido por sus maravillas, por esa arquitectura
del hierro de estaciones y galerías, cuyo máximo exponente fue la esbelta Torre
Eiffel, levantada para la Exposición
Universal de 1889, aunque ese encargo venía con fecha de
caducidad pues en principio iba a ser desmontada al término de dicha exposición.
Picasso fue atrapado por burdeles, opio, teatros de variedades, cafés de la
bohemia, circos y malabaristas, gente de bajo escalafón social,…, todo lo que,
precisamente, disgustaba a su padre, don José Ruiz, destacado profesor de
dibujo primero en Málaga, luego en A Coruña y finalmente en Barcelona. Pero no
todo en Picasso es Cubismo ni todo el Cubismo es Picasso. Ni mucho menos. Pablo,
que ya había empezado a pintar en Barcelona figuras que se alejaban de lo
académico, se imbuirá en París de todo el ambiente bohemio de la vanguardia,
conocerá a los grandes artistas y, sobre todo, empezará a evolucionar en su
pintura. El cambio se produjo en 1906 con dos obras: las archiconocidas y
cubistas Señoritas de Avignon, que no eran otra cosa que cinco prostitutas de
un burdel que había en la barcelonesa calle Aviñón frecuentado por este
artista, y el retrato de Gertrude Stein, una dama de la alta aristocracia. Ya
Picasso comenzaba a ver lo invisible, a recrearse en los modelos de las
máscaras africanas y en las hieráticas vírgenes del Románico catalán. Cuando
entregó el cuadro de Gertrude a su hermano Leo, éste le espetó: “No le va a
gustar. No se parece en absoluto”, pues Picasso había pintado el rostro un
punto masculino de la señora como el de una máscara, mirando al infinito,
carente de expresión. La respuesta del genio no se hizo esperar: “No se
preocupe. Ya se parecerá”.
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