lunes, 28 de enero de 2013

El arquitecto de la moda

Viernes 25 de enero de 2013



EL ARQUITECTO DE LA MODA
Alejandro Cañestro

Así definieron muchos a Cristóbal Balenciaga (1895-1972), uno de los más importantes creadores de la Alta Costura que trabajó en París durante más de treinta años. Ya desde pequeño soñaba con ser modista, dibujaba vestidos en papeles sucios y se sentía atrapado por el mundo de lujo y derroche de la moda que se abría ante sus ojos. A los trece años, cuenta la leyenda, la Marquesa de la Vera Torre quiso comprobar si el pequeño Cristóbal llevaba dentro un diseñador y le plantó un reto: le endosó un trozo de tela y le pidió que copiara uno de los vestidos que dicha señorona llevaba. El párvulo genio así lo hizo ante la atónita mirada de la Marquesa, quien a partir de entonces se convirtió en su primera protectora y mecenas.

Tan precoz talento debía traducirse, posteriormente, en mucho más y, no en vano, el nombre de Cristóbal Balenciaga se asocia de una manera justa a la Alta Costura, a diseños cuidados de preciosas telas, bordadas a mano con pedrería o lentejuelas. Fue en efecto un adelantado a su tiempo: trabajaba sus vestidos como si le fuera la vida en ello, aportando toda su energía y su creatividad. Él mismo dijo que “un buen modisto debe ser arquitecto para los patrones, escultor para la forma, pintor para los dibujos, músico para la armonía y filósofo para la medida”, de ahí que pueda decirse abiertamente que sus creaciones son en sí mismas auténticas obras de arte.

Resaltó como nadie la anatomía femenina y concibió mujeres cargadas de sensualidad, con un alto grado de atemporalidad, lo que hace que sus diseños sean actuales en cualquier época y ante cualquier moda o tendencia, propiciando imágenes de mujer elegante, sobria, lejos de arquetipos y corsés a través de las nuevas líneas y las nuevas formas de entender la moda.

Arquitecto, escultor, pintor, músico y filósofo: Balenciaga.

martes, 22 de enero de 2013

Vístase, señora



Viernes, 18 de enero de 2013
 
VÍSTASE, SEÑORA
Alejandro Cañestro

            Aún a día de hoy existen muchas dudas sobre temas del pasado y los diseñadores y especialistas en indumentaria todavía se preguntan cómo diantres pudo hacer Mariano Fortuny algo tan prodigioso como la túnica Delphos. En efecto, para esta genial creación, que marcaba las curvas femeninas y acentuaba la sensualidad de la mujer con sus finos pliegues, Fortuny –hijo del pintor Mariano Fortuny y nieto del también artista Federico de Madrazo– ideó una máquina especial que pudiera hacer el tan enigmático plisado. El modista –modista porque hacía moda, no porque la cosía– se dejó seducir por la antigüedad griega y romana a raíz de unos viajes, pues no en vano esa túnica Delphos no es más que una extrapolación veinte siglos después de una palla romana o un peplo helenístico, es decir, túnicas largas hasta los pies confeccionadas con telas ligeras de pliegues casi imperceptibles.
            Fortuny en 1907 con este vestido rompe moldes y encabeza la vanguardia del diseño de moda, pues hasta ese momento las mujeres habían ido ceñidas, encorsetadas, con miriñaques que abombaban sus curvas. Se propone ahora una prenda que haga a la mujer más femenina, con pequeños detalles como un cinturón de raso a la altura de la cintura y  no de la cadera o cintas bordadas de cristales de Murano que servían para acortar o alargar las mangas si se tiraba de ellas.
            Fortuny se llevó el secreto a la tumba e incluso cuenta la leyenda que, una vez muerto, su esposa Henriette vertió los tintes que empleó su marido a los canales de Venecia para que nadie pudiera plagiar tan innovadora invención. Puede decirse, por tanto, que la túnica Delphos nació y murió con Fortuny, pues ninguna investigación ha conseguido dar con el proceso aunque se ha insinuado que la clave podría estar en la clara del huevo, que podría endurecer la tela una vez mojada. Con todo, nadie lo ha conseguido imitar. He ahí el prodigio.

miércoles, 16 de enero de 2013

Dos reyes y una reina

DOS REYES Y UNA REINA
Martes 15 de enero de 2013
Alejandro Cañestro



Por estas fechas, la cultura cristiana –la nuestra, le pese a quien le pese– recurre constantemente al número tres: tres fueron los miembros de la Sagrada Familia y tres fueron asimismo los magos de Oriente que ofrendaron al recién nacido dádivas y parabienes. No es el objeto de hoy centrarnos en tales episodios bíblicos, sino que más bien –y sirviéndonos del mismo número tres– se va a hacer un paralelismo casi parangonal con los tres reyes magos, si bien en este caso se tratará de dos reyes y una reina, que aunque no son compañeros en el tiempo, sí lo son en el modo de entender el hecho artístico. 

Los tres son escultores y trabajan con materiales tangibles e intangibles…pero ¿cómo es posible? Jorge Oteiza realizó en los años 50 del siglo XX, quizá influenciado por Malevich, las “cajas metafísicas” donde combinaba partes de metal con un elemento nuevo en las esculturas: el aire, el mismo aire que peinaba el peine que realizara Chillida en 1976 y que se encuentra en la playa de San Sebastián. Paulatinamente, estos dos reyes de la escultura española e internacional introducen el aire como elemento escultórico, como algo más dentro de sus cuidadas obras. A menudo la gente ve sus creaciones y se quedan atónitos al comprobar la genialidad de incluir el aire para que forme parte de la escultura. Oteiza y Chillida –amigos, enemigos, rivales y complementarios– están presentes, junto con otros grandes nombres de la historia del arte, en la obra de una joven escultora, Patricia Cancelo, artista que, si el tiempo y las circunstancias lo propician, podrá llegar a ser una reina de la escultura y de todo aquello que se proponga, pues formación no le falta ni tampoco gusto, dentro de un estilo íntimo, personal y profundo, que extrapola también a la joyería en un esfuerzo de colocar a tan noble arte en el peldaño artístico que merece. 

Ciertamente, detrás de cada obra hay un lógico trabajo material pero aún más interesante si cabe resulta el planteamiento intelectual, de mucha más trascendencia en ocasiones, llegando a evidenciar mundos interiores complejos. Este fenómeno, que es perfectamente aplicable a los tres casos de hoy, resulta más que oportuno en una artista que pretende dejar su huella indeleble tanto con creaciones geniales como con unos supuestos estéticos más que dignos de encomio. Por ende: larga vida a la reina, larga.