viernes, 19 de octubre de 2012

Critícame

Viernes 19 de octubre de 2012



CRITÍCAME
Alejandro Cañestro


Ya en época de griegos y romanos existía la crítica de arte, en contraposición a la común asociación del nacimiento del juicio artístico paralelamente a la eclosión de los Salones franceses en el siglo XVIII. Con todo, el concepto del gusto ha ido variando a lo largo de los tiempos: desde las primitivas Venus prehistóricas hasta las formas rotundas de los pintores del Barroco o la inspiración filosófica del arte contemporáneo, toda obra ha sido hija de su tiempo. El crítico de arte, haciendo un uso a veces indebido de este género literario, se erige en juez, parte, sospechoso y culpable y, en ocasiones, busca más la palabra fácil y el elogio que el verdadero juicio de valor, para lo que a priori ha sido formado, rayando en la subjetividad emocional y prescindiendo de criterios estéticos y formales, cada vez más complejos y controvertidos porque ¿cómo puede saber el crítico lo que el artista ‘quiso decir’ al emplear tal o cual color o al disponer las formas sobre la superficie si ni siquiera lo conoce? Resulta complicado asociar los modelos histórico-artísticos y estéticos con cada una de las obras producidas hoy en día, pues no siempre tiene que tener un fundamento psicológico el uso del color rojo o de las líneas demasiado rectas –comúnmente considerados síntomas de una personalidad fuerte y casi violenta– o la adopción de determinados lenguajes y repertorios bautizados como naïf, o sea, motivos ingenuos inspirados en el arte infantil, como consecuencia de algún tipo de trastorno mental. El arte va mucho más allá y no se deja seducir por esas pamplinas aunque a veces sí sirven los referentes y las asociaciones psicológicas que tanto usan los críticos. En el siglo XIX la crítica era el instrumento sagaz que catapultaba o hundía a los artistas y ahora son los propios artistas los que solicitan su crítica y su debida presentación. Entonces, ¿quién se vale de quién?

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