CRITÍCAME
Alejandro Cañestro
Ya en época de
griegos y romanos existía la crítica de arte, en contraposición a la común
asociación del nacimiento del juicio artístico paralelamente a la eclosión de
los Salones franceses en el siglo XVIII. Con todo, el concepto del gusto ha ido
variando a lo largo de los tiempos: desde las primitivas Venus prehistóricas
hasta las formas rotundas de los pintores del Barroco o la inspiración
filosófica del arte contemporáneo, toda obra ha sido hija de su tiempo. El
crítico de arte, haciendo un uso a veces indebido de este género literario, se
erige en juez, parte, sospechoso y culpable y, en ocasiones, busca más la
palabra fácil y el elogio que el verdadero juicio de valor, para lo que a
priori ha sido formado, rayando en la subjetividad emocional y prescindiendo de
criterios estéticos y formales, cada vez más complejos y controvertidos porque
¿cómo puede saber el crítico lo que el artista ‘quiso decir’ al emplear tal o
cual color o al disponer las formas sobre la superficie si ni siquiera lo
conoce? Resulta complicado asociar los modelos histórico-artísticos y estéticos
con cada una de las obras producidas hoy en día, pues no siempre tiene que
tener un fundamento psicológico el uso del color rojo o de las líneas demasiado
rectas –comúnmente considerados síntomas de una personalidad fuerte y casi
violenta– o la adopción de determinados lenguajes y repertorios bautizados como
naïf, o sea, motivos ingenuos inspirados en el arte infantil, como consecuencia
de algún tipo de trastorno mental. El arte va mucho más allá y no se deja
seducir por esas pamplinas aunque a veces sí sirven los referentes y las
asociaciones psicológicas que tanto usan los críticos. En el siglo XIX la
crítica era el instrumento sagaz que catapultaba o hundía a los artistas y
ahora son los propios artistas los que solicitan su crítica y su debida
presentación. Entonces, ¿quién se vale de quién?
No hay comentarios:
Publicar un comentario