Martes 15 de enero de 2013
Alejandro Cañestro
Por estas fechas, la cultura
cristiana –la nuestra, le pese a quien le pese– recurre constantemente al
número tres: tres fueron los miembros de la Sagrada Familia y tres fueron
asimismo los magos de Oriente que ofrendaron al recién nacido dádivas y
parabienes. No es el objeto de hoy centrarnos en tales episodios bíblicos, sino
que más bien –y sirviéndonos del mismo número tres– se va a hacer un
paralelismo casi parangonal con los tres reyes magos, si bien en este caso se
tratará de dos reyes y una reina, que aunque no son compañeros en el tiempo, sí
lo son en el modo de entender el hecho artístico.
Los tres son escultores y
trabajan con materiales tangibles e intangibles…pero ¿cómo es posible? Jorge
Oteiza realizó en los años 50 del siglo XX, quizá influenciado por Malevich,
las “cajas metafísicas” donde combinaba partes de metal con un elemento nuevo
en las esculturas: el aire, el mismo aire que peinaba el peine que realizara
Chillida en 1976 y que se encuentra en la playa de San Sebastián.
Paulatinamente, estos dos reyes de la escultura española e internacional
introducen el aire como elemento escultórico, como algo más dentro de sus
cuidadas obras. A menudo la gente ve sus creaciones y se quedan atónitos al
comprobar la genialidad de incluir el aire para que forme parte de la
escultura. Oteiza y Chillida –amigos, enemigos, rivales y complementarios–
están presentes, junto con otros grandes nombres de la historia del arte, en la
obra de una joven escultora, Patricia Cancelo, artista que, si el tiempo y las
circunstancias lo propician, podrá llegar a ser una reina de la escultura y de
todo aquello que se proponga, pues formación no le falta ni tampoco gusto,
dentro de un estilo íntimo, personal y profundo, que extrapola también a la
joyería en un esfuerzo de colocar a tan noble arte en el peldaño artístico que
merece.
Ciertamente, detrás de cada obra hay un lógico trabajo material pero
aún más interesante si cabe resulta el planteamiento intelectual, de mucha más
trascendencia en ocasiones, llegando a evidenciar mundos interiores complejos.
Este fenómeno, que es perfectamente aplicable a los tres casos de hoy, resulta
más que oportuno en una artista que pretende dejar su huella indeleble tanto
con creaciones geniales como con unos supuestos estéticos más que dignos de
encomio. Por ende: larga vida a la reina, larga.
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